Del 3 al 7 de octubre los profesores Bárbara Plaza y Daniel De la Paz estuvimos en la ciudad de Malmö (la tercera de Suecia por población) para realizar una estancia de observación (jobshadowing en el argot Erasmus) en un instituto de la ciudad. El centro designado fue el Bergaskolan: un colegio de primaria y secundaria integrado que alberga alumnos desde los 6 años hasta los 16 (cursos desde el F hasta el 9º grado).
Todo en el sistema educativo sueco es bastante diferente al nuestro pero, por supuesto, hay también muchas similitudes. Nos abrumó muchísimo la gran cantidad de recursos disponibles, tanto materiales como humanos. Una de las cosas más curiosas es que las clases tienen distinta duración y que no todas comienzan o acaban al mismo tiempo. Es por ello que no hay timbre para marcar el cambio de clase.
Nos gustó también que, en los enormes pasillos que tienen en sus edificios, hay taquillas para que los alumnos dejen sus pertenencias y, que entre clase y clase, hay un tiempo de cinco o diez minutos para poder trasladarse de una a otra con tranquilidad.
Los profesores suecos fueron extremadamente hospitalarios y durante esa semana, además de su centro educativo, nos mostraron también algunos de los monumentos de Malmö: su casco antiguo, formado por casas de piedra y madera, sus canales y su famoso Turning Torso, diseñado por el arquitecto Santiago Calatrava, su cantera de piedra caliza en Limhamn, muy cerca de Bergaskolan y, cómo no, su famoso puente (Øresund/Öresund) que conecta la ciudad con Copenhague en menos de 20 minutos.

También hubo tiempo de degustar algunos platos típicos de la cocina sueca como las albóndigas de carne o el pan crujiente con mantequilla. No pudo faltar tampoco el famoso fika, la pausa casi obligatoria para tomar café y un bollo. No en vano, Suecia está en el top 6 de países consumidores de café, solo detrás de los demás países nórdicos.
Tras esa semana tan intensa, llena de actividades, experimentamos el momento más emotivo: la despedida. Una semana parece poco tiempo pero cuando acabó, dio la sensación de que habíamos cogido el avión en España como un año antes. Toda la semana se había llenado de experiencias y sensaciones muy diferentes a las habituales y, al cruzar nuevamente el puente de Öresund en el tren, camino del aeropuerto de Copenhague, observando el mar y los aerogeneradores que se iban haciendo pequeños hasta llegar al horizonte, nos embargó una fuerte melancolía.